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Menos público en un día que
amaneció muy fresco para la procesión del Corpus Christi, una de las grandes
citas de la ciudad, tanto por su significado y su razón: llevar a las calles el
Cuerpo de Jesús Sacramentado, como por el extensísimo y en algunos tramos
tedioso cortejo que lo acompaña. Ciertamente, no se puede negar a nadie
participar en esta procesión, pero quizá, a tenor de la arquitectura humana que
la conforma, sería conveniente acortar los cortejos de la primera parte, porque
desde la salida de los niños carráncanos por la Puerta de San Miguel hasta que
San Fernando aparece pasan dos horas.
No se trata de traer y llevar
otro conteo, esta vez de chaqués y trajes, y ni siquiera de medir los tiempos
gratuitamente, pero una procesión de aspiración tan solemne, de contenido tan
valioso y de enseres, la mayoría, magníficos, acaba cansando y se presenta
desangelada. Lo dice la gente que asiste, estoicamente, de pie, igual que la
que ocupa alguna de las 6.040 sillas que instala el Consejo de Cofradías, entre
las que ayer se vieron muchos huecos. La interpretación de la bajada de público
es, no obstante, libre.
La procesión se movió en los
mismos parámetros del año anterior. Puntualidad absoluta con la salida de los
carráncanos de la Archicofradía Sacramental del Sagrario al toque de la esquila
del primero de ellos y un retraso que fue acumulándose y que no permitió que la
Custodia de Arfe viera la calle antes de las once de la mañana.
Horario previsto
No obstante, quizá porque se le
imprimió prisa al cortejo por aproximarse al horario previsto la Custodia llegó
alrededor de las doce y media a la Puerta de los Palos, o sea, que hizo el
recorrido en hora y media, algo que parecía imposible para quienes la vieron
partir y siempre la esperan a la vuelta para asistir al momento emocionante que
es ver desfilar a la compañía del Honores del Ejército con bandera, banda y
música que le rinde pleitesía al Santísimo en la Plaza Virgen de los Reyes, y
que recibió, como viene siendo habitual, aplausos en muchos tramos del
itinerario.
No deja de ser una de las
estampas del día ver la Custodia flanqueada por las autoridades eclesiásticas
-el arzobispo, monseñor Juan José Asenjo, el obispo auxiliar, monseñor Santiago
Gómez Sierra, y el deán de la Catedral y vicario general de la Archidiócesis,
Teodoro León- y las civiles, sin el alcalde, Juan Ignacio Zoido, que estaba en
Madrid por la proclamación del Rey Felipe VI. Esa circunstancia provocó en la
misa estacional un desencuentro con Protocolo por la colocación del máximo
representante municipal que alcanzó también a los Seises y al momento de la
entrega del simbólico doblón de oro.
Quizá fue exceso de celo
protocolario, pero la mano de control viene viéndose desde el pasado año, y
ahora en tono positivo, en la indumentaria que lucieron los componentes del
larguísimo cortejo, que este año sí cumplía con el precepto del traje oscuro,
tanto para señores como señoras -alguna de medio luto- y nadie estridente, cosa
de agradecer en una procesión absolutamente clásica.
Dos ritmos
La percepción, decíamos, es la de
asistir a dos procesiones, o a una simbólicamente partida, aunque sea sin
solución de continuidad. Tras los carráncanos, media hora después, aparece
Santa Ángela, por ahora la última incorporación de imaginería al cortejo. Quizá
el año que viene cuente con la imagen de San Hermenegildo de la capilla de los
Cervantes catedralicia, como es deseo de la Hermandad de la Puerta de Córdoba,
que iniciará los trámites para ello próximamente. Detrás de Santa Ángela, San
Isidoro y San Leandro y gente y más gente dentro que busca la mirada de los de
fuera, que a su vez recuentan a los conocidos. Así hasta que San Fernando y la
Banda Sinfónica Municipal despiertan al público a los sones de marchas
eucarísticas por la Avenida como inicio de un repertorio musical cuidadosamente
escogido por su director, Francisco Javier Gutiérrez Juan, de marchas que
incluía «Coronación de la Macarena» de Braña y «Esperanza Macarena» de Morales,
en homenaje al cincuentenario de la coronación de la Virgen.
La visión de los cuatro
llamativos canopeos y tintinábulos de las cuatro basílicas menores da paso a la
del precioso Niño Jesús de Martínez Montañés bajo su templete de plata, de la
delicada Inmaculada de Alonso Cano y la Custodia Chica, que porta la reliquia
de la Santa Espina. Es la procesión que fluye, que se disfruta, en la que hay
colorido humano, con la Policía Municipal de Gala, el coro de la Catedral, los
maestrantes uniformados... que ayer, además, se vio incrementado por el exorno
de la Giralda por la festividad y por la Proclamación del Rey.
La Marcha Real, interpretada por
la Banda de la compañía del Ejército anunció la salida de la Custodia, que
partió a la Avenida con más marchas eucarísticas, gente que se persignaba y se
arrodillaba al paso del Santísimo. Precioso el recorrido ante los altares
montados para el día, los escaparates, los balcones exornados exquisitamente,
en este día de uvas y espigas, de Sangre y Carne del Señor, lleno de detalles
escondidos, como la Virgen de las Aguas del Salvador mirando desde su ventanal
a la antigua calle de las Culebras vestida por las camareras de la Virgen de
los Reyes, como el sentimiento de las agustinas del convento de la Encarnación
tras las celosías y el de las personas con verdadera unción ante el Santísimo,
que son las que mantienen el espíritu verdadero y que permiten que la procesión
del Corpus Christi resista al paso del tiempo a pesar de las modas y los
cambios del Mundo.